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[Esta crónica se publicó originalmente en Distintas Latitudes]

El periodismo más antiguo del mundo.

El presentador del evento anunció que a continuación vendría un rapero. “Un joven poeta y periodista independiente que vive en Tlapa, Guerrero”. Sus temas de investigación, nos dijo, eran el surgimiento de la policía comunitaria en la región de La Montaña, las reacciones del Estado, las violaciones a los derechos humanos contra las comunidades indígenas. Cubriendo esos temas, Sergio Ferrer, el rapero anunciado, había ganado el Premio Nacional de Periodismo 2012.

El tipo que subió al escenario era un moreno fornido, de facciones duras, pero que a pesar del aspecto rudo tenía una sonrisa empática y cierto grado de timidez que uno no se hubiera esperado de un periodista fogueado en las zonas álgidas del estado más violento del país. Cuando tomó el micrófono anunció casi ruborizado que traía algunas letras que aún no tenían música y que iba a arrancar por ahí.

 

Lo que comenzó entonces fue una crónica a alta velocidad de un cortejo juvenil inocente que al principio sonaba como todos los cortejos juveniles que conocemos. Un chico, una chica, algunos acercamientos. Después de algunos galanteos el chico invita a la chica a una fiesta y ahí, en el calor del momento, la reta a que se tome algunos tragos. La chica acepta, y una vez entonada, la intensidad de los retos va subiendo hasta que en algún momento se descubre siendo presionada para acostarse con uno o dos de los compas del novio. La chica, que no quiere decepcionar al galán, acaba por aceptar, y a partir de ahí ya nunca cesan las propuestas del novio, mezcladas con acusaciones y chantajes que le generan culpa y confusión y que le crean un enredo mental en el que le cuesta mucho trabajo y varios años darse cuenta que aquel romance juvenil entre dos adolescentes es en realidad la relación de explotación entre un padrote y una prostituta.

 

El meollo del asunto está en que esa sucesión de eventos no fue tan espontánea como le pareció a la chica. Todo lo contrario, es parte de un método que ha sido estudiado y documentado en publicaciones sobre el tema, como el Informe Mundial sobre la Trata de Personas 2014 de la ONU. Sergio Ferrer explica que él eligió rapear sobre eso porque ese método para enganchar a las víctimas que las ONGs tienen tan claro, aún no ha sido comunicado eficazmente a todas las potenciales víctimas de las zonas más vulnerables del país y él espera que rapeando en esas fiestas populares pueda ayudar a hacer sonar la alarma. Lo que Sergio hace entonces tiene una función doble, dependiendo del público. Para nosotros, que vivimos lejos del epicentro de estas situaciones, es periodismo vivencial de alta calidad. Para las potenciales víctimas es un sistema de concientización y alerta.

 

Esa función periodística es una característica que siempre ha estado presente en las músicas populares. Géneros como el calipso y el vallenato, entre muchos otros, se usaron en su momento para transmitir noticias. Siempre que se habla de este tema alguien suele mencionar que esa tradición nació con los juglares de la Edad Media en Europa, pero probablemente sea muy anterior. Ya en Roma se usaban bandos cantados para transmitir comunicados del gobierno y probablemente esto de transmitir noticias cantándolas sea algo que los humanos hacemos desde que comenzamos a hacer cosas organizadamente. Muy probablemente ese sea uno de los oficios originales que responden a las necesidades más básicas de la comunidad y que fácilmente podrían, todos, compartir el título del oficio más antiguo del mundo.

 

Una de sus formas más recientes es precisamente ese rap que Sergio Ferrer usa para alertar a las adolescentes sobre los peligros de la trata. Los iniciadores del género fueron unos cuantos muchachos estadounidenses que vivían en barrios ignorados de ese, el país más mediatizado del mundo, y que por no tener dinero para comprar instrumentos y equipo recurrieron al truco ingenioso de declamar rimas propias sobre discos ajenos para contar las cosas que ellos vivían y que en aquel entonces no veían retratadas en la tele, en las películas: en el relato mainstream de la vida nacional. Una vez aparecido, el impacto de este nuevo tipo de crónica social cambió por completo la manera en que el país se pensaba y se representaba a sí mismo. Questlove, el baterista de The Roots, uno de los grupos referenciales del hip hop, dejó un testimonio magnífico de todo este proceso en su autobiografía, Mo’ Meta Blues. El libro cuenta además cómo después de ese método inicial de catarsis vino una segunda etapa en la que una nueva generación de raperos buscó llevar el hip hop a formas más sofisticadas e intelectuales, con reivindicaciones sociales más claras y más políticas. Desgraciadamente, dice Questlove, al mismo tiempo que esos raperos llegó un tercer grupo que promovía la versión más explotable y más mediática de la caricultura negra y el género saltó de la crónica a la fantasía. En vez de hablar de la abuela, el barrio y los desalojos, que eran temas de comerciabilidad limitada, estos raperos se dedicaron a hacer un inventario de sus joyas, sus posesiones y en general a presumir del tipo de vida aspiracional que siempre ha resultado tan efectivo para venderle todo tipo de cosas al incauto. Así, el hip hop estadounidense pasó entonces de ser una forma de periodismo a ser otra forma más de publicidad y, en cierta forma, acabó siendo víctima de su propio éxito. 

 

Pero no todas las formas de música que recogen relatos del común tienden hacia la publicidad. Un ejemplo perfecto de esto es otro de los músicos que se presentó aquella tarde y cuya mezcla de periodismo y música popular tiene un tercer elemento que no existe en el hip hop: la tradición. Vincent Velázquez nació en el seno de una familia que se ha vuelto sinónimo del género que vive dedicada a preservar y difundir. Su padre, don Guillermo Velázquez, fundó hace casi cuarenta años Los leones de la sierra de Xichú, que hoy son los representantes más reconocidos del huapango arribeño, una forma de música que se toca con dos violines, vihuela y “quinta huapanguera”, se matiza con zapateo y se acompaña con letras en formato de décima.

 

El caso de la décima como forma de poesía es peculiar, porque donde quiera que se ha adoptado parece ser el formato preferido para el repentismo, es decir, la improvisación. Los repentistas suelen ser personajes chacoteros, pero cariñosos. Usualmente comienzan por “saludar a la reunión”, después tal vez pasan a piropear a alguna dama o, si la que declama es mujer, a increpar a algún caballero, y entre bromas y saludos van tocando temas de interés general en un ambiente de familiaridad.

Ese día Vincent venía acompañado de Frino, un guitarrista y cantante de blues que está muy involucrado con el movimiento decimista del continente y que encima, como descargo de una evidencia adicional de la relación entre música y periodismo, publica una columna en forma de décimas en el periódico Milenio. Mientras Frino tocaba una base de blues en la guitarra, Vincent comenzó a improvisar una décima en la que hacía un conteo simbólico de los asistentes y reconocía que no eran demasiados. Entre el público fue evidente que mencionar ese detalle cayó como un balde de agua fría, pero sirvió para enfatizar el cierre de la décima, donde dijo que lo importante no era la cantidad, sino la sintonía.

 

A partir de ahí los versos fueron tomando una intensidad creciente y se generó un ambiente combustible que sin duda se debía a la misma razón que hizo que el hip hop fuera tan irresistible en sus inicios: que esas rimas estaban describiendo a un México que no tiene cabida en el relato masivo. Un país donde muchos periodistas, enfrentados a riesgos desproporcionados, se han visto obligados a renunciar a cubrir ciertos asuntos. En un país de invisibilización habitual y de silencios crecientes, escuchar la realidad descrita en rima, verso tras verso y sobre una base de música, tiene un poder de conmoción imposible de ignorar.

 

Y también hay que recordar que no todas las formas de dar noticias requieren de palabras. Noticia también es sinónimo de novedad y a veces las novedades no se presentan como ideas o testimonios, sino, digamos, de cuerpo presente. Cuando el maestro de ceremonias anunció a La bruja de Texcoco y sus huastecos, al escenario subió un hombre, una mujer y otra persona. Esa tercera persona era a simple vista un moreno alto, grueso, con una barba abundante y que venía vestido con un huipil chiapaneco, una falda larga y unos aretes istmeños que podían verse desde cualquier punto del local. La bruja y sus huastecos tocaron un repertorio amplio, impecable, incluso cantaron algunos sones en náhuatl. Después de tocar, simple y sencillamente se despidieron y se bajaron del escenario, como si el hecho de que acabáramos ver a un moreno enorme vestido de mujer con ropa tradicional tocando son huasteco no necesitara ninguna acotación al margen.

 

Intrigado, me le acerqué sin saber si debía empezar la conversación saludando a la Bruja como hombre o como mujer, así que eso fue lo primero que le pregunté. La bruja respondió con una sinceridad sin reservas que le era indistinto, que había gente que se refería a él(ella) como hombre y gente que se refería a ella(él) como mujer, pero que en todo caso, hombre y mujer eran categorías que no le bastaban para definirse. Cuando le pregunté si mucha gente se desconcertaba con su pinta primero respondió que no, luego lo pensó más, se rio y me dijo que en realidad el atuendo de aquel día era discreto. ¿Esto? me dijo. Esto no es nada.

 

En las culturas populares mexicanas hay ciertos resquicios donde se juega con los roles de género. En los carnavales de la huasteca los hombres se visten de mujer y salen a corretearse por todo el pueblo un día entero. Está también el caso más conocido, el de los muxes de Juchitán, pero son situaciones muy delimitadas, una forma de excepciones controladas.

 

Platicando con La bruja, por el contrario, su presencia era tan natural que todas las preguntas que pensé hacerle sonaban infinitamente estúpidas. Apenas entonces entendí por qué La bruja y sus huastecos se bajaron del escenario sin dar explicaciones. Las explicaciones, la teoría, acaso, serán trabajo de alguien más. Igual que sucede con el periodismo de Sergio Ferrer, La bruja de Texcoco tiene un efecto doble. Para ella|él, era la realidad. Para mí era la noticia.

 

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El evento fue “Palabra libre, encuentro de la palabra y el son” organizado por la pintora y promotora cultural Teresa Irene Barrera en el foro Alicia el 3 de julio de 2016. Además de Sergio Ferrer, Vincent Velázquez, Frino y la Bruja de Texcoco y sus huastecos se presentaron Los poetas del son, Alec Dempster (que hizo también de maestro de ceremonias) y el rapero Hupse Alafhia.
 

 

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