top of page

[Este artículo se publicó originalmente en la Revista Marvin]

Tres casos completamente distintos de cómo pelearse con la ley y salir ganando.

 

Parece contradictorio iniciar un artículo sobre el antagonismo hablando de un economista que fue diputado y cuya creación es conocida en todo el mundo como “El sistema”, pero José Antonio Abreu es más que un economista y aún como economista no es un economista cualquiera. Sus abuelos, cuenta, fueron inmigrantes italianos de la isla de Elba que al cruzar el Atlántico hacia Venezuela “trajeron instrumentos para una banda, para hacer música con la que se acompañaban las procesiones, las fiestas y ceremonias populares” en el pueblito mínimo donde se instalaron. A Abreu lo llevaron sus papás a ese pueblito, Monte Carmelo, a los 6 años para que lo cuidaran mientras pasaba la cuarentena del hermano, que enfermó de tosferina. Ahí se encontró que en el patio trasero el abuelo había construido un escenario de madera donde se representaban obras de Shakespeare y de los clásicos castellanos. Abreu pasaba las tardes con la abuela traduciendo de italiano a español las óperas de Verdi y de Puccini, que ella se sabía de memoria.

 

Cuando regresó a Barquisimeto, que era donde vivía con sus padres, “ya tenía inyectada la vida musical, el hábito de la lectura y la pasión por los montajes de ópera y teatro”.  Siguió con sus estudios de música académica, formó parte de la orquesta filarmónica de su estado y eventualmente se mudó a Caracas para seguir estudiando música. Ya en la capital, comenzó a estudiar economía para ensanchar sus perspectivas monetarias mientras seguía ejerciendo y estudiando música. Haciendo malabares Abreu logró combinar sus intereses y obtuvo simultáneamente su título de profesor ejecutante de piano, clave y órgano, un título de compositor y por el otro lado comenzó a trabajar en la División de política económica de la Cancillería para luego pasar al departamento de cuentas nacionales del Banco central de Venezuela y llegar eventualmente a fungir como diputado de 1961 a 1965, lo cual, dice él, le dio un conocimiento cabal del Estado y de todas sus estructuras, conocimiento que sin duda fue esencial a la hora de dar su golpe maestro.

 

Pausa para contexto: en esos años Venezuela estaba en un proceso largo de reorganización. En 1958 el país se había deshecho de Pérez Jiménez, el dictador y el ambiente oscilaba entre el entusiasmo por la frescura de la nueva libertad y los traspiés inevitables de los nuevos gobernantes. En ese aire de mundo nuevo asumió la presidencia Carlos Andrés Pérez en 1974, y llegó para nacionalizar la industria del hierro en ese año y el petróleo el año siguiente. Era, pues, en palabras de Abreu “el clima cultural propicio para emprender un proyecto de carácter estructural”.

 

Ese proyecto estructural arrancó en cuando 1975 fundó la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Pero más que una orquesta, lo que Abreu tenía en mente era un proyecto global de educación musical en Venezuela. Partiendo de esa orquesta empezó a formar músicos, pero también profesores, gerentes, contadores y a expandir su modelo organizativo, que acabó por convertirse en una red de orquestas  que hoy es conocida como el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela o, en corto, El Sistema. Hoy, cuarenta años después de que empezó, este sistema educa a 300 mil niños y jóvenes y tiene más de 250 orquestas sólo en Venezuela, pero ha sido replicado en 42 países y parió además al director de orquesta más carismático y talentoso de la actualidad: Gustavo Dudamel.


Lo que resulta revolucionario de El sistema es que no sólo es un programa de educación musical, sino que además está dirigido a los sectores de la sociedad que llaman “en riesgo”, es decir, los que por la pobreza suelen ser marginados y orillados a la delincuencia. El sistema de Abreu ofrece lo que es ampliamente conocido como el antídoto contra eso, pero rara vez suele usarse: organización social, participación comunitaria y educación. Así, con el eslogan de Tocar y luchar El Sistema ha sobrevivido durante cuarenta años a todo tipo de gobiernos. Aparte de los músicos de las orquestas, ha creado un pequeño ejército de promotores culturales y le ha cambiado la cara a muchísimas de las comunidades donde opera. Tal vez el más conmovedor de los reconocimientos que ha recibido, más allá del Premio Príncipe de Asturias, los premios de UNESCO y de un sinnúmero de organizaciones culturales de todo el mundo, ha sido la solidaridad de los malandros, que supieron darse cuenta de que algo distinto estaba pasando. En Venezuela abundan anécdotas de estudiantes del Sistema a los que les robaron el instrumento durante un asalto y que, cuando se corrió la voz, los malandros de su barrio rastrearon al ladrón para recuperarlo. Así, los alumnos del sistema pueden atravesar barrios donde cualquier señal de ostentación equivale a un asalto seguro llevando violines, violonchelos y demás instrumentos caros que necesitan para ensayar.

 

Otra parada obligada en este recuento sobre el antagonismo es Charly García. Es sumamente irónico que actualmente mucha gente, sobre todo en el norte del continente desestime a Charly García pensando que es tan solo un vejete medio excéntrico que recurre a cualquier desplante para hacerse publicidad, mientras que a otras personas les conceden una fama inamovible de haber sido auténticamente contestatarios cuando en realidad nunca lo fueron. Un buen ejemplo de esto es Mick Jagger, quien durante décadas ha cosechado los frutos de ser considerado un férreo opositor al establishment pero nunca ha dudado un segundo para agachar la cabecita cuando se trata de ser reconocido por el régimen, como cuando lo nombraron caballero del imperio británico. Otro ejemplo son los miembros The Clash, que deben su fama a cantar canciones en las que hablaban de la falta de esperanza y de cómo el sistema los había dejado de lado, pero se conocieron haciendo fila para cobrar los cheques del paro que les daba el gobierno que según ellos no les ofrecía  nada.  

 

De este lado del Atlántico, en cambio, la maldad del régimen no era metáfora. Para la dictadura argentina “dejar de lado” a sus oponentes significaba aventarlos desde helicópteros al Río de la Plata. Sobre esa dictadura y esos militares escribió una canción Charly García que entre otras cosas decía: “amar a la Patria bien nos exigieron / si ellos son la Patria, yo soy extranjero”. Por cosas mucho menores que esa mucha gente acabó desaparecida y precisamente por esa canción Charly García y su grupo fueron arrestados saliendo de un concierto y llevados atados y con vendas en los ojos un sótano donde un militar sostenía como evidencia de la ideología subversiva del grupo una grabación que hicieron esa noche durante el concierto. La calidad de la grabación era tan mala que los militares le exigieron a Charly García que fuera anotando la letra y, arriesgándose a enfurecer más a los militares con la burla, fue improvisando una letra más inofensiva y acabó por convencerlos de que la canción era menos crítica de lo que los militares habían pensado. Contado así, a treinta años del hecho queda como una anécdota curiosa, pero sin duda alguna, en 1981, atado y vendado en un sótano de la dictadura, el acto requirió mucho más valor que cualquier cosa que haya hecho Johnny Rotten, rey del  punk, en su vida entera.

 

Otro caso muy distinto nos pone el ingenio como arma para el antagonismo. En un video que la banda Vulfpeck  subió a YouTube para proponerle a sus fans la estrategia, Jack Stratton, líder de la banda dice que cuando se juntaron a hablar de la posibilidad de una gira la banda estuvo de acuerdo en hacer la gira con una única condición: que todas las presentaciones  fueran gratuitas.

 

Para poder patrocinarla con esa condición grabaron un disco, Sleepify, que contenía 10 tracks de 31 o 32 segundos cada uno (porque Spotify exige que una canción sea escuchada durante más de treinta segundos para registrar que fue escuchada) de puro silencio. Como guiño adicional, los títulos de las canciones del disco empezaban con una (“Z”) y llegaban hasta las 10 zetas (“ZZZZZZZZZZ”).


Los cálculos de Vulfpeck arrojaron que como  Spotify paga $0.005 por cada vez que se escucha una canción, si cada fan ponía a reproducirse el disco mientras dormía, durante la noche cada fan podía generar 800 escuchadas, lo que equivalía a $4.00 dólares. Si cada uno hacía eso durante varias noches consecutivas, y eso lo hacían varios miles de fans, la banda lograría juntar fondos para hacer su gira gratuita y las sedes donde tocarían se elegirían basándose en dónde habían obtenido más apoyo para reproducir Sleepify. “Nunca en la historia de la música ha sido tan fácil apoyar la gira de una banda”, dice Stratton al final del video.

 

De ahí hasta que Spotify detectó la jugarreta y eliminó el disco (alegando que violaba los términos para subir contenido) la banda logró reunir alrededor de $20mil dólares, que Spotify les va a reconocer. Spotify tuvo incluso la chispa de declarar a través de su vocero, Graham James, en una entrevista para Billboard que “fue un truco muy astuto, pero nosotros preferimos los discos anteriores de Vulfpeck. Sleepify nos parece una copia de la obra de John Cage”.

####

Las citas de Abreu aparecieron en:

1) Venezuela en el cielo de los escenarios, de Chefi Borzacchini, publicado por la Fundación Bancaribe
La cita del vocero de Spotify se puede encontrar en:

 

2) http://www.billboard.com/biz/articles/news/touring/5937612/inside-vulfpecks-brilliant-spotify-stunt
 

3) El video de Vulfpeck propoiendo la estrategia de Sleepify se puede encontrar buscando: SLEEPIFY /// The Spotify Funded Vulfpeck Tour

bottom of page